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viernes, 31 de julio de 2015

Los delfines, trágicas víctimas de la basura oceánica



Delfines desorientados, varados y agonizantes en la orilla de la playa. O quizá arrastrados por las olas tras morir o perder la cabeza, vomitados por el mar, cual náufragos de un mar cada vez más contaminado que los envenena poco a poco…

Es una imagen habitual a nivel mediático. Ocurre a menudo, y también demasiado a menudo se desconocen las causas que provocaron sus tristes y extraños finales, cuando a simple vista parecen ejemplares sanos.

La basura oceánica podría estar detrás de muchas de estas incógnitas. De hecho, está afectando de un modo terrible a los delfines, según concluye un nuevo estudio publicado en la revista Environmental Science and Technology, en el que se señala el daño que provocan tóxicos presentes en esta basura, como los omnipresentes retardantes de llama.


Retardantes de llama en sus cerebros

En efecto, este tipo de contaminación humana que lleva décadas enrareciendo el hábitat marino ha llegado a alojarse en el cerebro de los delfines y, de acuerdo con el estudio, podría estar provocándoles importantes daños neurológicos.



Como es sabido, la polución química entraña riesgos para la salud, entre otros daños neurológicos irreversibles y, como era de esperar, los delfines ni mucho menos son una excepción.
Si ya vimos las nefastas consecuencias de la química agrícola en los delfines, ahora nos desayunamos con los inquietantes resultados de este nuevo trabajo trabajo, obtenidos tras analizar muestreas de 26 delfines de cinco especies distintas del Mar de Alborán.
En él se señala con claridad que los retardantes de llama, sustancias químicas presentes en buena parte de la basura que arrojamos al mar, han acabado afectando a los delfines a nivel cerebral.

Este componente químico se están acumulando en el cerebro de los cetáceos de un modo peligroso que todavía no han podido analizar en profundidad. Por lo pronto, se ha detectado una anómala concentración de estos contaminantes, muy persistentes en el medio ambiente, bioacumulativos, así como otras moléculas similares, esta vez de origen natural, generados por algas y esponjas.

El trabajo, que forma parte de la tesis doctoral que el investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua Enrique Barón, se centra en el impacto ambiental de los nuevos retardantes de llama, en el que también han colaborado otras instituciones, como el grupo CIRCE (Conservación, Información y Estudio sobre Cetáceos), el Centro de Recuperación de Especies Marinas Amenazadas (CREMA) o la Universidad de Hohenheim (Alemania).

Problemas de reproducción

En un estudio llevado a cabo por la Sociedad Zoológica de Londres con marsopas en un puerto británico se observó que la contaminación química industrial estaba afecando a su capacidad reproductiva.

En concreto, se señalaron como perjudiciales los bifenilos policlorados o PCB, sustancias que se acumulan en el cuerpo en forma de grasa, con lo que pueden permanecer en el cuerpo del animal durante toda su vida.



Al margen de que esos productos químicos se hubieran prohibido hace más de 30 años, siguen en el cuerpo de los animales, ya que los productos químicos pueden ser transmitidos de la madre a la descendencia.

Sorprendentemente, los investigadores descubrieron que el 20 por ciento de las marsopas habían sufrido un aborto involuntario recientemente y un 16,5 por ciento tenía tumores o infecciones en el órgano reproductivo, posible causa de sus problemas para concebir.


El problema de las mareas rojas

No solo la basura marina y, en especial, los contaminantes químicos amenazan la vida de estos cetáceos. También lo hace el ácido domoico en las playas de California y otras regiones, como la costa de Chile.

A los rescatistas que han ayudado a animales varados o enfermos les preocupa en especial el envenenamiento por ácido domoico, una neurotoxina que se produce por la marea roja, con el agravante de que ésta se produce con mayora frecuencia a consecuencia del cambio climático y de una mayor acidificación de las aguas.



La toxina llega a la fauna a través de la cadena trófica, desde los peces y moluscos a sus depredadores, como los leones marinos, ballenas y delfines. Al comer fauna contaminada afecta a su sistema nervioso y acaban muriendo entre convulsiones.

Los expertos advierten que el problema cada vez es más común. La suma de estas neurotoxinas que provoca el calentamiento global y los contaminantes químicos procedentes de la basura oceánica pueden acaban por reducir su esperanza de vida de un modo drástico.

Buscar la presencia de ésta u otras toxinas en los animales que aparecen varados en las costas es una interesante manera de estudiar el papel que cumplen a la hora de decidir sus trágicos destinos. A pesar de que todavía queda mucho por conocer al respecto, hacer pruebas a los animales que se encuentran muertos se ha convertido en una prioridad en las autopsias practicadas.





Tanto para dilucidar tanto una posible causa de muerte como un precio desorden a nivel cerebral o de otro tipo que, finalmente, habría llevado a ésta. Por que, al margen de cuál sea la toxina que pudiera encontrarse, parece claro que la polución humana está acabando con estos animales y, en general, perjudicando gravemente a la flora y fauna marina.

Y, como dice la sabiduría popular, cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar. La razón es simple. Nos la explica la veterinaria estadounidense Frances Gulland cuando afirma que “cualquier impacto en la vida marina, a la larga, se hará extensivo a los seres humanos”. Más claro (u oscuro, según se mire), imposible.


sábado, 13 de diciembre de 2014

Tirar menos comida y menos carne, claves contra el cambio climático


Los gases de efecto invernadero no cesan de aumentar, y con ellos el calentamiento del planeta, en situación crítica por el impacto que éste tendrá sobre el medio ambiente, incluyendo a personas, flora y fauna. Aunque la responsabilidad de la polución es claramente de multinacionales y de políticas ineficientes o, mejor, inexistentes, los hábitos ciudadanos podrían hacer una gran diferencia si se redujera drásticamente el desperdicio de alimentos y se comiera menos carne.

Además de prevenir la inseguridad alimentaria mundial, que amenaza con ser uno de los grandes problemas en un futuro próximo, estas soluciones podrían evitar a su vez que el cambio climático se disparase hasta niveles peligrosos para la humanidad, según concluye un estudio de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) publicado en la revista Nature Climate Change.

Los autores del estudio llaman a la reflexión. Con las conclusiones de su trabajo buscan que se produzca un cambio en la dieta para acabar con varios problemas de un plumazo: menos carne supondría una alimentación más saludable, además de los beneficios ambientales y solidarios en pro de la seguridad alimentaria.



El estilo de vida de los países más desarrollados está extendiéndose a zonas que están mejorando su situación económica, con un resultado desastroso para el planeta. Los científicos apuestan por invertir la tendencia, en lugar de dejar que siga avanzando de forma exponencial, provocando problemas de sobra conocidos, que comprometen la viabilidad del medio ambiente, como la deforestación, el aumento de los gases de efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad y una ganadería y agricultura intensivas que polucionan tremendamente.

La reducción de desechos alimentarios a la mitad y el fomento de una dieta equilibrada, con menos carne (dos raciones de 85 gramos de carne roja y cinco huevos por semana) podrían aliviar el creciente problema que supone el aumento de tierras de cultivo y de producción ganadera. Por contra, de seguir la tendencia actual, el crecimiento de población sumado al modelo de consumo actual sería una auténtica bomba de relojería, advierten los expertos de la Universidad de Cambridge.

Fuente: Ecología Verde