Más que afirmar que las ballenas son unas incomprendidas, habría que decir que hay decisiones incomprensibles. Al menos, desde el punto de vista de la tan necesaria protección a especies tan castigadas y amenazadas como son los grandes animales marinos, en particular las ballenas.
Una noticia triste, -una “no noticia”, en realidad-, es la que motiva este post. No tanto por frustrar expectativas creadas, sino por constatar, una vez más, que siguen sin correr buenos tiempos para la defensa de los derechos de los animales.
Como hemos sabido recientemente, la Comisión Ballenera Internacional (CBI) ha rechazado, una vez más, crear un santuario ballenero en el Atlántico Sur. Se trata de la segunda negativa en cuatro años a una propuesta por parte de Argentina, Brasil y Uruguay, entre otros países del hemisferio sur.
Se presentó por primera vez en 2001 y desde entonces ha sido sistemáticamente rechazada en los sucesivos congresos de la CBI. ¿Pero, qué ocurre, por qué se rechaza su creación? ¿Acaso estos países no quieren promover su conservación, la biodiversidad marina y un largo etcétera de ventajas ecológicas…?
Los intereses comerciales están detrás de sus negativas, como veremos. Básicamente, aprobar la propuesta significaría protegerlas de sí mismos, curiosa contradicción que demuestra, por enésima vez también, que todavía queda mucho por mejorar. En suma, no es ningún secreto que la caza de ballenas motiva su permanente, taxativo y, por ahora, inamovible no.
Países del no, países cazadores
Como era de esperar, Japón se ha opuesto, secundada por Noruega e Islandia, todos ellos países que cazan ballenas. Los 38 votos a favor y 24 en contra no permitieron llegar al 75 por ciento de los votos emitidos, necesarios para ser adoptada. Fue así como se bloqueó la propuesta, tras una votación cuyos resultados eran previsibles.
El sí se hubiera producido contra todo pronóstico. Hubiera sido más que una sorpresa, un milagro, habida cuenta de las fuerzas que juegan a favor y en contra de forma tradicional en la reunión de la CIB, que este año celebraba su 66 edición en Portoroz, Eslovenia.
Países del sí, países respetuosos
“La moción ha fracasado”, dijo tras el recuento de votos Simon Brockington, de la secretaría de la CBI. Un fracaso que lamentaban especialmente activistas y países favorables a su creación. Unos y otros tienen un mismo fin: proteger a las ballenas, si bien las razones son diferentes, pero a la vez compatibles.
Los activistas lo tienen claro. Asociaciones como Greenpeace, WWF o SOS Mata Atlântica son favorables a un santuario para su preservación. Se trata, básicamente, de evitar su extinción. No en vano, la extinción masiva de los grandes animales marinos requiere actuaciones de forma urgente si se quiere detener la cuenta atrás.
La negativa del CBI ha sido entendida como contraria a la opinión pública y a la voluntad de la mayoría de países. En palabras de John Frizell, de Greenpeace. “A pesar de que la opinión mayoritaria es que un santuario es la mejor forma de proteger a las ballenas, una vez más nos hemos sentido frustrados en la reunión de la CBI”, dijo.
Por su parte, los países que presentaron la moción encuentran en las ballenas salvajes una oportunidad de oro para ganar dinero. Sin molestarlas, sencillamente mediante avistamientos que permitan disfrutar de une espectáculo sin igual. Es decir, convierten la vida en libertad de las ballenas en un reclamo turístico.
Por otra parte, hay países que combinan ambas actividades. Islandia es uno de ellos. A pesar de que cazan ballenas, este tipo de turismo también va viento en popa. En la votación, sin embargo, ha pesado más el interés ligado a su caza.
Así pues, del mismo modo que los países que practican la caza se opusieron, quienes presentaron la propuesta, incluyendo Gabón y Sudáfrica tienen intereses relacionados con las inversiones turísticas que promocionan al avistamiento de ballenas. Se trata de un negocio millonario que además promueve la conservación de las ballenas.
Para hacernos una idea del dinero que mueve este sector, el avistamiento de ballenas genera alrededor de 2.000 millones de dólares anuales, al tiempo que genera unos 13.000 puestos de trabajo en el mundo.
La explotación de las ballenas
La propuesta quería crear un santuario de 20 millones de kilómetros cuadrados, en el que pudieran protegerse a ballenas en peligro de extinción. Una extinción propiciada, cómo no, por la caza masiva. Una práctica que se lleva a cabo desde hace décadas para la explotación de su carne y grasa.
La ubicación del todavía utópico santuario en el Atlántico Sur tiene un por qué. De acuerdo con los activistas, un 71 por ciento de los tres millones de ballenas cazadas entre 1900 y 1999 sucumbieron en aguas del hemisferio sur, en especial ballenas jorobadas, enanas, azules, ballenas de aleta y cachalotes. Es decir, se las intenta proteger en el lugar crítico para su caza.
Con el fin de propiciar su recuperación, la creación de un área protegida buscaba promover “la biodiversidad, la conservación y la utilización no letal de los recursos balleneros en el océano Atlántico Sur”, según reza el documento de la propuesta.
A su favor, la prohibición mundial impuesta hace tres décadas, que impedía la caza comercial, si bien las excepciones han acabado siendo un coladero que no han dejado de usar países como Japón, Noruega e Islandia. Por ejemplo, se practican las llamadas cazas con “fines científicos” o cazas comerciales “excepcionales” de un modo abusivo y, según denuncian las ONGs, en ocasiones también fraudulento.
Recordemos, por ejemplo, el veredicto de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, cuando determinó en 2014 que el país nipón había abusado del pretendido fin científico de sus capturas, con un total de 16.235 ballenas cazadas desde 1985. Otras cifras relativas a otros conceptos también cantan, y eso que son las oficiales, por lo que la realidad probablemente las dispararía.
En el mismo periodo se han cazado 24.381 ballenas por intereses comerciales y las capturas con licencia de caza aborigen de subsistencia está en 10.139 capturas. Un ritmo que la naturaleza no puede aguantar. Al final, será la extinción la que ponga fin a la caza, como ocurrió con los mamuts y con tantos otros animales, víctimas del hombre a lo largo de la historia.
Ana Isan
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